Distintos planos se entrelazan en un mural. Cada imagen, con su singularidad, aporta al relato general, revelando matices y conexiones que, a primera vista, podrían perderse. La piedra, como soporte, se convierte en el lienzo donde el tiempo se detiene, sirviendo a la creación de una narrativa visual. Cada imagen revela fragmentos como piezas de un rompecabezas que, al unirse, construyen un relato más amplio. Así, la imagen no solo captura momentos, sino que disecciona la realidad, mostrando las complejidades de la vida. El mural en la piedra se convierte en un testimonio visual, que a través de sus detalles, invita a la reflexión sobre la existencia y la conexión entre individuos, una llamada de atención sobre la importancia de las relaciones.