Repeticiones
27 de abril de 2019
Un impulso inicial. Una imagen. Las imágenes se suceden sobre sí mismas, cada nueva imagen abriendo una nueva posibilidad o tal vez una pequeña variación. El proceso creativo avanza sin saber a dónde se dirige, sin imponer un fin. Es en este momento cuando no hay que temer la repetición en la acción, cuando hay que perseverar, confiar en la intuición, evitar enjuiciar. La imagen final no es el resultado de un único disparo maestro. El disparo maestro, de existir, es el resultado de todos los disparos anteriores. Cada uno de ellos son parte del resultado final.
¿Cuándo llega el momento de dar por finalizado una sesión, un tema, un proyecto? ¿Cómo sabemos que ya no habrá más avance, cuándo nos estamos repitiendo? Cuando perdemos la atención. Cuando nos repetimos mecánicamente, mental o físicamente. En ese momento llega el momento de abandonar, de soltar y prestar atención al siguiente estímulo. ¿La repetición en sí misma es suficiente para perder el estímulo o es el hecho de poner la atención en otro pensamiento o estímulo? Posiblemente nos estemos ocupando con otras valoraciones. Posiblemente nos preocupe que quizás otros opinen que "se está repitiendo a sí mismo”.
Asociamos la repetición a la mecanización, a la producción en cadena, a un valor industrial, repetibles in aeternum. Y no lo asociamos sólo el valor de lo que creamos, sino también a nuestro propio valor ante los demás, nos devaluamos voluntariamente. Para nuestro pensamiento economicista, una obra artística tiene un valor elevado porque es única.
Sin embargo, por otro lado, la repetición continua de un trabajo por parte de un artesano le convierte en maestro artesano, no sólo mejorando la técnica y eliminando las imperfecciones, sino encontrando quizás nuevas combinaciones, variaciones sutiles, que hacen de esa pieza un ejemplar único, valioso. En un taller de alfarería encontraremos muchas piezas "similares" pero cada una de ellas es una pieza de arte en sí misma, cada una con su variación, perceptible o no. Lo que les otorga valor no es su unicidad, sino la maestría del alfarero, la repetición continua de un trabajo, atenta, entregada al momento de la creación.
El fotógrafo digital ya no precisa necesariamente de maestría de ejecución, se puede recrear casi exclusivamente en la expresión, dejando los aspectos de la téchne en manos de los ingenieros y programadores. Si en un primer momento la fotografía hizo tambalear el universo de los pintores, la imagen digital, el video, la holografía, la impresión 3D, conmociona ahora a todo el espectro artístico. El mundo del artesano se viene abajo, obsolescente. El del artista ligado a la habilidad técnica le sigue en la distancia. Las máquinas han adquirido suficiente conocimiento como para ejecutar la tarea y desplazar al artesano. Las únicas repeticiones son las de la ráfaga de disparos que podemos realizar a un coste económico asumible. La maestría deviene en producción. La producción en repetición. La repetición en aburrimiento.
El movimiento de la memoria
03 de marzo de 2019
"La imagen es la dialéctica en detención"
Walter Benjamin, Libro de los pasajes
Un detalle captura durante un instante la atención y supera el umbral de las sensaciones previas. Buscamos identificar cuál es la sensación que despierta, con que recuerdos, con que emociones lo asociamos, cual es el motivo de haber capturado nuestra atención. Un primer movimiento, el de la conciencia, se ha puesto en marcha, hacia nuestro interior.
Desde el tiempo pasado, desde la experiencia previa vivida, almacenada en una memoria a la que sólo accedemos parcialmente, comienzan a formarse relaciones, formas, combinaciones, intentando descifrar el enigma, buscando materializarse una vez más en aquello que nos pareció tan relevante como para guardarlo, voluntaria o involuntariamente, en la memoria. Un movimiento del pasado proyectándose, pugnando por definirse, por materializarse en el presente.
A través de nuestra acción se forma una nueva imagen en el momento presente y ya es nuevamente pasado, ya es memoria, pero ahora también memoria externa, transferida a un nuevo medio, trascendente. Una memoria externa que conlleva el potencial de generar un nuevo movimiento en una conciencia diferente, la capacidad de proyectarse en algún momento del futuro, generando un nuevo circuito, un nuevo movimiento de la memoria.
Crisis de identidad
16 de Septiembre de 2017
Recientemente me conmovía la opinión de Sebastião Delgado acerca de que la fotografía estaba en vías de extinción. Se refería a que para él una fotografía es un objeto materializado que se imprime, se tiene y se mira. Según su opinión, las fotografías que circulan por la red y las redes sociales no son fotografías sino imágenes. Sin entrar en debate con este planteamiento, lo que sin duda está viviendo la fotografía son tiempos de cambio. Con la aparición de las cámaras digitales a comienzos de este siglo, cayeron algunas de las barreras que las cámaras ‘de carrete’ imponían al usuario, entre ellas la dificultades técnicas, y el elevado coste y tiempo de producción. Nunca había sido tan fácil ni tan barato producir imágenes. A la par, se abría una puerta virtual para difundir a escala global el trabajo realizado: la red. Imparable, la tecnología fue más allá, y a partir de 2010 la venta de cámaras digitales se desplomó en favor del ‘smartphone’ o teléfono inteligente: un dispositivo pequeño, siempre a mano, con posibilidades de edición rápida y diseñado para conectarte inmediatamente con las redes sociales. La automatización de los dispositivos fotográficos y la interconectividad a través de la web, ha dado lugar a que el mercado haya sufrido una hiperinflación de imágenes que, entre otras cosas, ha terminado por hundir el mercado de la fotografía de 'stock' y está llevando a la ‘profesión de fotógrafo’ a una situación extremadamente crítica. Los más oportunistas y generalistas vieron la oportunidad de obtener gratuitamente su materia prima. Por otro lado, también luchaban por sobrevivir en un mercado editorial menguante, en lucha con las ediciones digitales. Mucho se ha perdido, con numerosos cierres, también algo se ha ganado con nuevas propuestas y modelos de negocio.
Parece que esto es el signo de los tiempos que nos toca vivir. Demasiado de todo. Y todo demasiado rápido. Y demasiado homogéneo. Las nuevas vías para darse a conocer, como son las redes sociales, subordinadas al número de “me gusta” y “seguidores” son un calco de lo que es nuestra realidad hoy en día, nuestra realidad económica y social. El consumismo es ya el único sistema imperante y tiene una capacidad de digestión inagotable. El período de vigencia de cualquier producto se va reduciendo progresivamente para ser sustituido por otro. La superficialidad es el signo de nuestros tiempos.
Ya no otorgamos valor al proceso de desarrollar la artesanía y la maestría como final del proceso. Ya no nos damos tiempo para emocionarnos con una fotografía, y si por suerte una nos llama la atención, no dedicamos el tiempo que debería merecer para leerla en profundidad. La imagen ya no es símbolo, ya no tiene significado, tan sólo es un producto más que saboreamos unos segundos y desechamos en busca de la siguiente. Los que tenéis páginas web lo podéis comprobar en vuestras estadísticas. Hemos perdido, o en el mejor de los casos estamos perdiendo la capacidad de contemplar, mirar, degustar, descubrir, interiorizar, experimentar el universo contenido en las fotografías. Cada vez es más difícil que una fotografía nos conmueva.
La revolución digital en la que estamos inmersos no sólo ha dado lugar a la superproducción y superconsumo de imágenes, también ha puesto en tela de juicio la propia naturaleza de la fotografía. La fotografía ofrecía imágenes con un valor testimonial, una fotografía era considerada una prueba documental, un certificado de presencia, algo así como ‘un trozo de realidad’. Por supuesto, las fotografías nunca han sido veraces, porque las decisiones que tomamos al realizar una fotografía afectan a la realidad. Tan sólo con la decisión subjetiva de lo que queda dentro y fuera del encuadre empezamos a alterar la realidad. Y por supuesto, las manipulaciones durante el revelado y el positivado han acompañado a la fotografía desde sus orígenes. Un reflejo de ello es la fundación de la Agencia Magnum en 1947, una cooperativa de fotógrafos que intentaba evitar la manipulación de la información fotográfica en la prensa. La diferencia de la era digital con respecto a todos los avances tecnológicos anteriores es que ahora es muchísimo más fácil alterar la realidad, y sobre todo, que se puede hacer sobre el registro original de la imagen. El retoque y la manipulación se han convertido en la práctica habitual para ajustar la imagen, de tal manera, que cumpla con su función en el destino final. Hay quien sostiene que las tecnologías digitales han liberado a la fotografía de su carácter documental y que están permitiendo recuperar el imaginario pictórico y narrativo que se había perdido con la aparición de la cámara fotográfica. A este conjunto, todavía no bien delimitado, de imágenes donde lo real y lo virtual se mezclan dando lugar a un nuevo tipo de imágenes híbridas con apariencia real, se le ha denominado ‘posfotografía’. Este tipo de imágenes ha irrumpido en nuestra cultura visual con tanta fuerza que se habla incluso de la ‘muerte de la fotografía’. Pero yo no creo que esto vaya a ocurrir. Para mí, la fotografía es “crear imágenes a partir del arte de ver en un medio sensible a la luz” y esto sigue siendo posible con la fotografía digital. Es la mirada la que hace las fotografías, no los dispositivos tecnológicos. Yo diría que las posibilidades creativas y narrativas han aumentado y que lo necesario ahora es garantizar la honestidad de ambos medios visuales, ‘la fotografía’ y la ‘posfotografía’. Estamos en un momento en el que hacer posfotografías o fotografías es una ‘elección’. Otra cosa bien distinta, es como nos afectará como sociedad, ver esa avalancha de imágenes virtuales con apariencia real que son producto de la creación digital. Imagino que esto favorecerá que nos manipulen y se beneficien los de siempre, esos pocos que se enriquecen explotando a la gran mayoría.
En el caso de la fotografía de naturaleza, las imágenes que nos muestra la red están llenas de saturación, contraste, dramatismo y fundamentalmente, de luces únicas, así como de composiciones limpias y paisajes ordenados; parecen haber desaparecido de los bosques esas ramitas molestas que se colaban por los márgenes del fotograma. La era digital nos está mostrando una ‘naturaleza espectacular’ cuya veracidad se debilita por momentos. No obstante, la naturaleza puede ser extremadamente espectacular y la fotografía digital puede retratarla sin alterar su esencia, sin manipularla. La posibilidad existe, es una elección del fotógrafo, como siempre ha sido. La fotografía no tiene una ‘crisis de identidad’, no está en ‘vías de extinción’, somos los fotógrafos los que podemos estar ‘algo perdidos’ con tantas posibilidades a nuestro alcance. La fotografía es la técnica de obtener imágenes duraderas debido a la acción de la luz, y desde su invención los avances tecnológicos lo único que han hecho es hacer este proceso mas fácil. Por lo tanto, la fotografía está en plena forma. Somos los fotógrafos, los que entre tanta búsqueda de reconocimiento nos hemos olvidado de los motivos que nos llevaron a coger una cámara por primera vez. Estar guiado por los aplausos y halagos de otros nos aleja de nuestra libertad, de nuestra esencia, y reduce drásticamente nuestras posibilidades de desarrollar un trabajo fotográfico personal, trascendental e intransferible. Pareciera que sólo fuera posible circular en una única dirección y a la máxima velocidad. Estamos llenos de clichés. Es una característica de nuestra época, no es baladí, los clichés sustentan la superficialidad, el pensamiento homogéneo, el pensamiento único necesario para manipularnos. Y esto va en contra de la creatividad, del arte, de la pluralidad, de la vida misma. La vida se sustenta de mutaciones, de pruebas y errores, la diversidad es la mayor de las riquezas de la naturaleza. Si nos miramos todos en el mismo espejo, en el mismo reflejo, si sólo nos ocupamos de contentar a nuestros seguidores, si no nos arriesgamos explorando nuevas vías, en fracasar para aprender, en liberar nuestros instintos domesticados, se perderá “lo único” que hay en cada uno de nosotros, perderemos diversidad, perderemos grandes fotografías y nos perderemos como fotógrafos. La fotografía no es una actividad separada del resto de nuestra vida, es un reflejo de la misma, es una ventana hacia nuestra vida interior. Qué fotografiamos y cómo lo fotografiamos nos cuenta muchas cosas sobre nosotros mismos.
Es difícil trazar un camino propio en fotografía, alejados de estereotipos y seguidores, pero conviene hacerse esta pregunta: ¿somos un producto de consumo o somos fotógrafos, fotógrafos de la Naturaleza? Porque si de lo segundo se trata, nunca antes hizo tanta falta nuestra implicación, nuestra determinación en su conservación en los ámbitos que están a nuestro alcance. Cada uno en su área, en lo que mejor sabe hacer, tiene la responsabilidad cara a las generaciones actuales y futuras de transmitir ese amor por la naturaleza. La fotografía debe servir para proteger la vida, y para concienciar tanto de la belleza de la naturaleza como de la fealdad implícita en su destrucción. Para ello, es necesario que la fotografía trate de conservar todo lo posible su credibilidad como testimonio de la realidad. No de una realidad inexistente
Lo que nos puede llevar a tener una ‘crisis de identidad’ como fotógrafos es quedarnos en la superficie, en lugar de sumergirnos en la vida. Sin duda, podemos utilizar ‘la mirada’ o bien ‘los programas informáticos’ para expresar nuestras emociones, pero antes de elegir una de las dos opciones estaría bien pararnos a pensar lo que significa para nosotros la experiencia de vivir la naturaleza, de ser partícipes del todo que nos da cobijo en esta pequeña burbuja de vida, que como un milagro, surgió en medio de un universo hostil.
Como fotógrafos de naturaleza es importante pararnos a pensar para que hacemos fotografías. La respuesta a esta pregunta disolverá cualquier crisis de identidad.
Un fallo siempre es un fallo
16 de octubre de 2016
Un fallo siempre es un fallo. Es una máxima que se repite allá donde he tenido oportunidad de ser testigo o partícipe del fallo de un jurado en un certamen fotográfico. Y ciertamente todo fallo es subjetivo y variará de un jurado a otro, incluso de un día a otro o de si es antes o después de comer. Aunque se trate de un acto tan subjetivo, también es cierto que el concurso o cualquier certamen de índole similar cumple mayormente la labor de mantener la motivación del fotógrafo aficionado; una motivación para superarse técnica e intelectualmente. Un acicate que de no mantenerse actualizado podría llevar al abandono de la actividad con el tiempo.
Asimismo es una oportunidad de compartir con otros fotógrafos una actividad a menudo practicada en solitario. A través de las asociaciones se amplía un vínculo social y se dispone de un lugar de aprendizaje. No es preciso que cada uno haya de inventar la rueda. Hasta la irrupción de Internet también era la manera de comparar las capacidades de los fotógrafos de un colectivo o entre diversos colectivos. El concepto de salones artísticos de las academias del milenio pasado extendido hasta nuestros días.
Con la llegada de lo digital y la simplificación de la curva de aprendizaje de la técnica, probablemente haya atraído a nuevos miembros a las agrupaciones fotográficas en pleno proceso de adaptación de las mismas a los cambios tecnológicos. También haya podido suponer un cierto cambio, una cierta renovación de los temas, los estilos; siempre y cuando hayan podido sobrevivir a los guardianes de la ortodoxia que siempre hay en toda organización.
Las posibilidades de trabajar el archivo digital de ciertos programas de edición facilitó el recurso de la espectacularidad como un elemento diferenciador para el autor, y especialmente en la expansión del fotomontaje como técnica. Hay autores que han creado una escuela visual.
Por otro lado, la visualización in situ de la imagen permitió la exploración de temas, de imágenes que antes quizás no se hubieran previsualizado. Los temas se ampliaban y el autor podía destacarse más claramente del resto, tener su propio imaginario. La fotografía posiblemente basculó hacia un mayor peso del mundo interior del fotógrafo en la creación de la imagen, hacia la figuración y la creación de escenarios.
Sin embargo, la implantación de las redes sociales basadas en la imagen, eg. Flickr, Instagram propició la propagación de nuevos referentes, nuevos “maestros” al panorama fotográfico. Como resultado se produce una desvinculación del contexto local hacia un contexto global. El sempiterno proceso de concentración en unos pocos operadores que se ha producido en todos los ordenes de la vida social y económica. Porque como toda actividad, ésta también tiene un lado económico. Al mismo tiempo, el sistema de "likes/dislikes" homogeneizaban el gusto por determinado tipo de imágenes, temas y técnicas. Ya hubieran querido los maestros de la ortodoxia tanta aceptación. Todo ello conforma un imaginario colectivo cada vez más uniforme, espejo de nuestro tiempo histórico de globalización, no ya económica, sino cultural.
Justo cuando la fotografía había encontrado la oportunidad para una exploración, para un crecimiento, que cualquier realidad es apta para ser fotografiada y es el ojo/mente del fotógrafo el que desvela una realidad oculta hasta ese momento, nos sometemos voluntariamente a la homogeneización via likes/dislikes de las redes. Todo sea para atraer esa atención, que es el objeto de mercadeo de las redes. Una autocensura al igual que nos autocensuramos en tantos otros aspectos.
Con todo, la labor formativa de las agrupaciones tiene la capacidad, de la que carece la votación popular de las redes sociales, de ampliar el conocimiento de sus miembros. Los mentores de dichas agrupaciones tienen la oportunidad de ampliar los horizontes, de animar a la experimentación, a la búsqueda de nuevas imágenes desde la experiencia personal de la fotografía, sin exclusiones, desarrollando una labor formativa, lo más neutral posible, que permita el desarrollo individual fuera de la corriente general. A dicho fin quizás se ajusta mejor la exposición colectiva que el concurso. El concurso presupone disponer de un carácter competitivo, cuando la única competición, de haber alguna, es contra nuestras perezas. La posibilidad de exponer públicamente no debería ser un premio sino una posibilidad de todo miembro del colectivo. Una ganancia para todo el colectivo. Una riqueza colectiva.
Por otro lado, la figura del ganador propicia ajustarse a determinados patrones visuales y temas que entendemos que son del agrado general con el fin de lograr el reconocimiento del que goza el ganador, lo que conlleva igualmente a la homogeneización de la estética.
Demasiados catálogos que replican las imágenes ganadoras de ediciones previas o de otros certámenes. Otra versión del “populismo” de las redes, de apostar por lo que gusta y alejada de las aportaciones que podrían desempeñar las agrupaciones. En mi opinión no hay espacio para competir en términos similares, siendo el balance claramente favorable a las redes sociales. Tienen mayor caja de resonancia.
Por otro lado la Internet se va llenando de tutoriales, de información de todo tipo, en formato escrito y visual, que son fuente fiable de conocimiento formal y que van ganándole terreno formativo a las agrupaciones.
Entonces que espacio le resta a las agrupaciones. ¿Se han convertido en otra actividad en vías extinción? ¿Una más víctima de los tiempos que vivimos? Es una posibilidad. La otra es reconocer la situación y aceptar el campo de juego para desplegar todas las capacidades y perder el menor terreno posible. Tal vez una posibilidad sería propiciar y fomentar el debate, el análisis formal y la crítica fotográfica a la hora de determinar la virtudes de esas imágenes, eso modelos visuales "ganadores". La finalidad sería fomentar la variedad dentro de un marco formal, objetivo. Cultivar la variedad, el desarrollo de la creatividad, el conocimiento al tiempo que la capacidad crítica y la oportunidad de desarrollarse para todos sus miembros.
16 de octubre de 2016
Dos liebres
27 de julio de 2016
"El que persigue dos liebres,
no coge a ninguna de las dos"
Máxima latina
Es una decisión que hay que tomar tarde o temprano para evitar la dispersión. No es incongruente con la idea del asombro, ni un rechazo a los cambios. La fotografía siempre trató de tomar decisiones; qué encuadrar, como encuadrar, qué velocidad, qué cantidad de luz.
Pero tras un periodo inicial de aprendizaje de la técnica es imprescindible aceptar que no podemos abarcar todo, ni profundizar en todos los temas, por lo que es necesario tomar decisiones. Salvo que se trate de una actividad profesional de servicios fotográficos, dónde es preciso saber un poco o un mucho de todo. Pero en el caso de convertirse un medio de expresión personal, se convierte en una decisión que no conviene postergar.
Una de las primeras decisiones es delimitar nuestra/s área/s de interés. La fotografía sirve a muchos propósitos y es conveniente delimitar a la mayor brevedad posible el nuestro, so pena de acabar dedicando nuestro tiempo para cumplir propósitos ajenos. El tiempo es un bien limitado, nuestro recurso mas preciado. Por eso es tan importante reconocer por y para qué fotografiamos. Y después, concentrar toda nuestro tiempo y atención en ese propósito.
Por eso es tan conveniente tomar la decisión sobre la que construir la obra. Y la decisión es tanto más consistente, en cuanto que se tome en base al sincero análisis del por y el para qué.
Ello no implica imponerse ninguna clase de limitación, simplemente de determinar sobre qué pilares se va a construir la obra. No ha de ser excluyente, pero si nos planteamos profundizar, es necesario dejar fuera del encuadre el resto. Siempre cabe decidir desarrollar un nuevo área, pero en tanto que trabajamos en una, tal vez sería una buena idea prestar la mayor atención a esa área. Adicionalmente dentro de un campo de la fotografía hay suficientes temas y estilos como para abarcar un trabajo de muchos años.