Crisis de identidad

Recientemente me conmovía la opinión de Sebastião Delgado acerca de que la fotografía estaba en vías de extinción. Se refería a que para él una fotografía es un objeto materializado que se imprime, se tiene y se mira. Según su opinión, las fotografías que circulan por la red y las redes sociales no son fotografías sino imágenes. Sin entrar en debate con este planteamiento, lo que sin duda está viviendo la fotografía son tiempos de cambio.  Con la aparición de las cámaras digitales a comienzos de este siglo, cayeron algunas de las barreras que las cámaras ‘de carrete’ imponían al usuario, entre ellas la dificultades técnicas, y el elevado coste y tiempo de producción. Nunca había sido tan fácil ni tan barato producir imágenes. A la par, se abría una puerta virtual para difundir a escala global el trabajo realizado: la red. Imparable, la tecnología fue más allá, y a partir de 2010 la venta de cámaras digitales se desplomó en favor del ‘smartphone’ o teléfono inteligente: un dispositivo pequeño, siempre a mano, con posibilidades de edición rápida y diseñado para conectarte inmediatamente con las redes sociales. La automatización de los dispositivos fotográficos y la interconectividad a través de la web, ha dado lugar a que el mercado haya sufrido una hiperinflación de imágenes que, entre otras cosas, ha terminado por hundir el mercado de la fotografía de 'stock' y está llevando a la ‘profesión de fotógrafo’ a una situación extremadamente crítica. Los más oportunistas y generalistas vieron la oportunidad de obtener gratuitamente su materia prima. Por otro lado, también luchaban por sobrevivir en un mercado editorial menguante, en lucha con las ediciones digitales. Mucho se ha perdido, con numerosos cierres, también algo se ha ganado con nuevas propuestas y modelos de negocio. 


Parece que esto es el signo de los tiempos que nos toca vivir. Demasiado de todo. Y todo demasiado rápido. Y demasiado homogéneo. Las nuevas vías para darse a conocer, como son las redes sociales, subordinadas al número de “me gusta” y “seguidores” son un calco de lo que es nuestra realidad hoy en día, nuestra realidad económica y social. El consumismo es ya el único sistema imperante y tiene una capacidad de digestión inagotable. El período de vigencia de cualquier producto se va reduciendo progresivamente para ser sustituido por otro. La superficialidad es el signo de nuestros tiempos. 

Ya no otorgamos valor al proceso de desarrollar la artesanía y la maestría como final del proceso. Ya no nos damos tiempo para emocionarnos con una fotografía, y si por suerte una nos llama la atención, no dedicamos el tiempo  que debería merecer para leerla en profundidad. La imagen ya no es símbolo, ya no tiene significado, tan sólo es un producto más que saboreamos unos segundos y desechamos en busca de la siguiente. Los que tenéis páginas web lo podéis comprobar en vuestras estadísticas. Hemos perdido, o en el mejor de los casos estamos perdiendo la capacidad de contemplar, mirar, degustar, descubrir, interiorizar, experimentar el universo contenido en las fotografías. Cada vez es más difícil que una fotografía nos conmueva.


La revolución digital en la que estamos inmersos no sólo ha dado lugar a la superproducción y superconsumo de imágenes, también ha puesto en tela de juicio la propia naturaleza de la fotografía. La fotografía ofrecía imágenes con un valor testimonial, una fotografía era considerada una prueba documental, un certificado de presencia, algo así como ‘un trozo de realidad’. Por supuesto, las fotografías nunca han sido veraces, porque las decisiones que tomamos al realizar una fotografía afectan a la realidad. Tan sólo con la decisión subjetiva de lo que queda dentro y fuera del encuadre empezamos a alterar la realidad. Y por supuesto, las manipulaciones durante el revelado y el positivado han acompañado a la fotografía desde sus orígenes. Un reflejo de ello es la fundación de la Agencia Magnum en 1947, una cooperativa de fotógrafos que intentaba evitar la manipulación de la información fotográfica en la prensa. La diferencia de la era digital con respecto a todos los avances tecnológicos anteriores es que ahora es muchísimo más fácil alterar la realidad, y sobre todo, que se puede hacer sobre el registro original de la imagen. El retoque y la manipulación se han convertido en la práctica habitual para ajustar la imagen, de tal manera, que cumpla con su función en el destino final. Hay quien sostiene que las tecnologías digitales han liberado a la fotografía de su carácter documental y que están permitiendo recuperar el imaginario pictórico y narrativo que se había perdido con la aparición de la cámara fotográfica. A este conjunto, todavía no bien delimitado, de imágenes donde lo real y lo virtual se mezclan dando lugar a un nuevo tipo de imágenes híbridas con apariencia real, se le ha denominado ‘posfotografía’. Este tipo de imágenes ha irrumpido en nuestra cultura visual con tanta fuerza que se habla incluso de la ‘muerte de la fotografía’. Pero yo no creo que esto vaya a ocurrir. Para mí, la fotografía es “crear imágenes a partir del arte de ver en un medio sensible a la luz” y esto sigue siendo posible con la fotografía digital. Es la mirada la que hace las fotografías, no los dispositivos tecnológicos. Yo diría que las posibilidades creativas y narrativas han aumentado y que lo necesario ahora es garantizar la honestidad de ambos medios visuales, ‘la fotografía’ y la ‘posfotografía’. Estamos en un momento en el que hacer posfotografías o fotografías es una ‘elección’. Otra cosa bien distinta, es como nos afectará como sociedad, ver esa avalancha de imágenes virtuales con apariencia real que son producto de la creación digital. Imagino que esto favorecerá que nos manipulen y se beneficien los de siempre, esos pocos que se enriquecen explotando a la gran mayoría.


En el caso de la fotografía de naturaleza, las imágenes que nos muestra la red están llenas de saturación, contraste, dramatismo y fundamentalmente, de luces únicas, así como de composiciones limpias y paisajes ordenados; parecen haber desaparecido de los bosques esas ramitas molestas que se colaban por los márgenes del fotograma. La era digital nos está mostrando una ‘naturaleza espectacular’ cuya veracidad se debilita por momentos. No obstante, la naturaleza puede ser extremadamente espectacular y la fotografía digital puede retratarla sin alterar su esencia, sin manipularla. La posibilidad existe, es una elección del fotógrafo, como siempre ha sido. La fotografía no tiene una ‘crisis de identidad’, no está en ‘vías de extinción’, somos los fotógrafos los que podemos estar ‘algo perdidos’ con tantas posibilidades a nuestro alcance. La fotografía es la técnica de obtener imágenes duraderas debido a la acción de la luz, y desde su invención los avances tecnológicos lo único que han hecho es hacer este proceso mas fácil. Por lo tanto, la fotografía está en plena forma. Somos los fotógrafos, los que entre tanta búsqueda de reconocimiento nos hemos olvidado de los motivos que nos llevaron a coger una cámara por primera vez. Estar guiado por los aplausos y halagos de otros nos aleja de nuestra libertad, de nuestra esencia, y reduce drásticamente nuestras posibilidades de desarrollar un trabajo fotográfico personal, trascendental e intransferible. Pareciera que sólo fuera posible circular en una única dirección y a la máxima velocidad. Estamos llenos de clichés. Es una característica de nuestra época, no es baladí, los clichés sustentan la superficialidad, el pensamiento homogéneo, el pensamiento único necesario para manipularnos. Y esto va en contra de la creatividad, del arte, de la pluralidad, de la vida misma. La vida se sustenta de mutaciones, de pruebas y errores, la diversidad es la mayor de las riquezas de la naturaleza. Si nos miramos todos en el mismo espejo, en el mismo reflejo, si sólo nos ocupamos de contentar a nuestros seguidores, si no nos arriesgamos explorando nuevas vías, en fracasar para aprender, en liberar nuestros instintos domesticados, se perderá “lo único” que hay en cada uno de nosotros, perderemos diversidad, perderemos grandes fotografías y nos perderemos como fotógrafos. La fotografía no es una actividad separada del resto de nuestra vida, es un reflejo de la misma, es una ventana hacia nuestra vida interior. Qué fotografiamos y cómo lo fotografiamos nos cuenta muchas cosas sobre nosotros mismos.

Es difícil trazar un camino propio en fotografía, alejados de estereotipos y seguidores, pero conviene hacerse esta pregunta: ¿somos un producto de consumo o somos fotógrafos, fotógrafos de la Naturaleza? Porque si de lo segundo se trata, nunca antes hizo tanta falta nuestra implicación, nuestra determinación en su conservación en los ámbitos que están a nuestro alcance. Cada uno en su área, en lo que mejor sabe hacer, tiene la responsabilidad cara a las generaciones actuales y futuras de transmitir ese amor por la naturaleza. La fotografía debe servir para proteger la vida, y para concienciar tanto de la belleza de la naturaleza como de la fealdad implícita en su destrucción. Para ello, es necesario que la fotografía trate de conservar todo lo posible su credibilidad como testimonio de la realidad. No de una realidad inexistente


Lo que nos puede llevar a tener una ‘crisis de identidad’ como fotógrafos es quedarnos en la superficie, en lugar de sumergirnos en la vida. Sin duda, podemos utilizar ‘la mirada’ o bien ‘los programas informáticos’ para expresar nuestras emociones, pero antes de elegir una de las dos opciones estaría bien pararnos a pensar lo que significa para nosotros la experiencia de vivir la naturaleza, de ser partícipes del todo que nos da cobijo en esta pequeña burbuja de vida, que como un milagro, surgió en medio de un universo hostil. 

Como fotógrafos de naturaleza es importante pararnos a pensar para que hacemos fotografías. La respuesta a esta pregunta disolverá cualquier crisis de identidad.

Crisis de identidad

16 de Septiembre de 2017

Una imagen es un emoción expresada.creado en Bluekea