26.11.2022
Frecuentemente se habla de la Fotografía, en mayúscula, como un término absoluto y de forma idealizada. Es un concepto que lo englobaría todo, desde su concepción hasta su materialización.
Hablar de la fotografía en estos términos es similar a hablar de la Literatura y pretender abarcar desde la literatura científica hasta la poesía. Según su sentido más genérico, la literatura sería "el arte de la expresión verbal". Todo es expresión escrita, pero cada producción tiene una motivación y un desarrollo diferente. No son comparables. Sólo tienen en común las reglas gramáticales.
No creo que podamos hablar de la fotografía como un todo, no sólo por la variedad de uso y de técnicas. A mi modo de entender, la fotografía no es más que una experiencia de nosotros mismos y de nuestro entorno. Está impregnada desde su génesis por nuestros esquemas mentales, nuestras ideologías, ilusiones, deseos y fobias. La fotografía es el resultado de un proceso interior: es imaginación, la creación de una imagen fruto de la combinación de nuestra memoria y nuestros sentimientos, utilizando para ello un aparato técnico. Sin embargo, aunque dependemos de un dispositivo que tiene limitaciones de diseño y materiales, la fotografía es más que la habilidad técnica de usar el aparato, más que la maestría artesana del fotógrafo.
Lo máximo que podemos hacer es llevar al límite esas capacidades técnicas del aparato para materializar nuestra imaginación, nuestra capacidad de crear imágenes. Pero dominar el aparato no es fotografiar. Es un requisito necesario, pero no define lo que es una fotografía. Las máquinas, por sí mismas, no pueden crear fotografías. Requieren de una programación previa. Aún las fotografías que pueda realizar una IA, a las que habremos transferido la capacidad de combinar imágenes previas, me cuesta creer que puedan llegar a reaccionar emocionalmente.
La fotografía es la expresión de la respuesta creativa de nuestro mundo interior frente al mundo exterior que confrontamos. La fotografía es una imagen de nuestro mundo interior.
Las fotografías además, al entrar en contacto con el espectador, adquieren un nuevo sentido. No se les puede imponer un significado unívoco para que lo porten intrínsecamente. La lectura corresponde al segundo autor de la imagen: el espectador. En sí misma, ni la fotografía ni el escrito tienen la capacidad de imponerse sobre el espectador. Necesitan un terreno propicio, que sea receptivo a la idea. A partir de ahí, crecerá según los condicionamientos previos y capacidades del espectador, en un entorno diferente y fuera de control. Esa es la nueva vida que le confiere el receptor. Si no hay las condiciones previas necesarias, eso no las hace menos válidas; simplemente, no han caído en un terreno fértil y propicio. La imagen sigue portando en potencia las mismas capacidades, pero no se han desarrollado.
La fotografía es el acto de materializar nuestra imaginación. Una técnica para salvar la imagen del olvido. ¿Cuántas veces no habremos hecho fotografías "mentales" y con qué rapidez las hemos olvidado? Pero en algunos casos, el impacto es tan grande que quedan grabadas en la memoria, para bien o para mal.
Algunas imágenes serán la mejor réplica posible de la realidad, con la aportación personal de nuestra visión de lo que es el mundo, o de lo que no debería ser, aquello que perturba nuestra visión del mundo idealizado. Es la expresión de lo social en nuestra creación. Nuestra cultura se materializa en una imagen.
En el otro extremo, podemos crear imágenes atendiendo mayormente a la respuesta de nuestro yo interno. La imagen creada se rige por condicionamientos únicos, personales. Es una combinación única. Aunque compartamos gran parte de los condicionamientos externos que vivimos todos los que compartimos la misma época histórica, nuestras vivencias personales no nos igualan, sino todo lo contrario. La fotografía entonces es el registro-soporte de nuestra imaginación, la materialización de esa imagen mental en una pantalla o en un pliego de papel u otro material.
La fotografía no es sólo el resultado final, la imagen en pantalla, pliego o libro. Eso sólo es una derivada de la capacidad del medio y del soporte. El soporte ha ido cambiando junto con las capacidades técnicas. Inicialmente, era pintar con luz un soporte químico donde fijar una imagen negativa, más tarde en una imagen positiva. Ahora, en una ordenación numérica que ya no podemos visualizar sin otro aparato y programas que nos traduzcan esa información.
Nos hemos ido equivocando sucesivamente en la definición de aquello que es una fotografía, o bien el soporte no es lo que lo define. Si el soporte no es lo que lo define, entonces sólo es lo que le permite existir y reproducirse. Pura técnica.
Siempre que se mantenga a salvo ese soporte. Muchos negativos se han perdido para siempre; cuánta información en forma de píxeles ha desaparecido por un fallo técnico. ¿Entonces, cabría pensar que la fotografía es y deja de ser en virtud de su existencia en su formato de registro, ya sea químico o digital? Yo creo que no, que ese formato de registro solo es la base de su capacidad potencial de reproductibilidad. Es el punto de su materialización. ¿Con qué fin? Evidentemente, para sustituir el papel de la memoria y, en segundo lugar, para su reproducción. Esa es la finalidad de la técnica, del aparato. El aparato se creó para satisfacer una necesidad de reproducción de la realidad y, a raíz de su éxito en esta tarea, se multiplicaron los usos posibles del mismo, que son tan diversos como las necesidades humanas. Es una herramienta más con la que comprender y aprehender el mundo, no solo en términos técnicos, sino psicológicos. Una forma de imponernos al mundo, de definirlo, de definir la forma en que hay que ver el mundo. De influir en la manera en que imaginamos el mundo.
De ahí que la fotografía no pueda separarse de la imaginación, del momento en que todas esas fuerzas internas se conjugan para dar una respuesta. Ahora mismo necesitamos un aparato; la tecnología tal vez nos depare en el futuro otro medio que no necesite de cuerpo de cámara, objetivos o filtros, que sea capaz de plasmar nuestra imagen en un nuevo soporte. ¿Entonces, fotografiar se puede reducir únicamente a imaginar? Quizás sea que el medio, el aparato, su producto, se ha impuesto al acto, a la creación, a la imaginación. Una forma de distinguirlo de otras formas de imaginación, como la escritura, la pintura, la música o la danza. Una forma de nombrarlo.
Y al igual que en cualquiera de las otras expresiones de la psique que denominamos expresiones artísticas, hay multitud de usos y mayor o menor aportación de lo personal y de lo colectivo. Tan necesario es el catálogo de productos como la poesía; tan necesario es lo útil como lo inútil, inútil en términos de practicidad. No hay nada tan necesario como lo "inútil". La vida dejaría de ser humana si nos convirtiera en meros apéndices necesarios de programas y máquinas. Programas que se alimentan de nuestro tiempo y de nuestra energía en detrimento de nuestra vida. Con ello, lo que vengo a reivindicar es la autoliberación de las utilidades, de los programas y de las máquinas, para retomar el control de lo que había implícito en la nueva técnica, que es la capacidad de imaginar, no ya de producir, ni de alimentar con imágenes al imaginario colectivo "ad infinitum" en una homogeneización de las formas de ver el mundo, porque con ello vamos perdiendo las variabilidades, las diferencias, lo inesperado, el asombro. Y el primer paso es empezar a prestar más atención a lo propio, a lo que nos define, más que a lo colectivo, a lo que los demás prestan atención. No opongo lo uno a lo otro; solo propongo que ninguna parte domine sobre la otra, porque empobrece al conjunto. Y si alguna prevalece, que sea lo propio.